La CIMS y la Universalidad de la Musica Sacra


Johannes Overath (1978)

El 22 de noviembre de 1963, último día de la votación del Concilio Vaticano II sobre la constitución litúrgica “Sacrosanctum Concilium”, el Papa Pablo VI firmó el decreto (quirógrafo) que establece la Consociatio Internationalis Musicae Sacrae (CIMS) con sede en Roma. Su tarea es no sólo velar por la gran tradición musical de la Iglesia romana, sino también atender los problemas inherentes al desarrollo orgánico de la música en los países de misión.

Ahora que es posible acoger la liturgia con los cantos tradicionales de los diferentes pueblos, es cuestión de abrir la puerta a ciertas tradiciones musicales desconocidas. El Concilio era consciente de que este problema de adaptación musical no permite soluciones sencillas y que se requiere un camino largo y difícil para lograr resultados satisfactorios en la práctica. Hasta ahora, faltan muchos requisitos previos para la solución de tales preguntas, aún cuando en ciertos países, como África, India y Japón, ya ha comenzado un desarrollo orgánico de la música eclesiástica. Sin embargo, la mayor parte del trabajo aún nos queda por delante.

La adaptación de la música debe coordinarse con todos los problemas relacionados a la misiona. Se trata de encontrar los medios y caminos necesarios para difundir la verdad y el espíritu del cristianismo sin vincularlo de manera absoluta a las formas europeas. Más bien, se deben tener muy en claro las formas culturales de los diferentes países.

Durante décadas, la etnopsicología y la etnología musical se han esforzado por comprender la percepción musical de los pueblos no europeos,que se diferencian fundamentalmente de los conceptos occidentales, por lo que siempre se han preocupado por comprender los valores de la respectiva vida musical en el contexto espiritual correspondiente. Esto llevó a la convicción de que la cultura musical de Occidente se ha convertido efectivamente en la expresión artística de nuestra sociedad, pero al mismo tiempo también ha perdido gran parte de lo que constituye una viva expresividad de las diferentes culturas musicales no europeas. Basta pensar en las posibilidades de expresión de la melodía simple, la variedad de estructuras rítmicas y polirrítmicas, las cualidades sonoras con sus diferentes timbres así como sus variaciones y composiciones.

Si se piensa en cuán profundamente están arraigadas la música y la expresión musical en el alma de cada pueblo, se comprende la imposibilidad de imponer nuestra música occidental a los pueblos no europeos y esperar que ésta tenga el mismo valor expresivo para ellos que para nosotros . La introducción de los cantos religiosos europeos, que surgieron del propio sistema tonal y armónico de Occidente, probablemente se oponga a la calidad expresiva de los pueblos no europeos,así como a nosotros su música nos parece extraña.

Pero dado que la Música Sacra es más que una simple «forma sonora», es decir, es sobre todo una expresión que va directamente al corazón, es necesario encontrar un «lenguaje» sonoro que sea específico para el grupo étnico respectivo. Por tanto, hay que hacer todo lo posible para que surjan nuevas expresiones del cristianismo en las iglesias jóvenes del Lejano Oriente y África.

Cada cultura se permite un intercambio con otras culturas y no deja de desarrollarse. La Iglesia, por tanto, no puede estar ligada a una forma de expresión histórica particular que pertenece a una época o un país en particular. Se puede demostrar históricamente que con la aparición de formas nuevas de expresión del espíritu cristiano en la Iglesia se hizo posible una síntesis armoniosa de una tradición viva y de la herencia cultural de los pueblos. La adpatación no consiste en colocar la cruz en el punto más alto de un edificio cultural, sino que en realidad requiere reconstruir el mismo edificio sobre un nuevo fundamento que es Cristo. Cristo reconcilia y colma las expectativas de los pueblos, ya que vino precisamente por eso para construir el reino de Dios en todos los pueblos y así hacerlo pueblo de Dios.

¿Y qué se puede hacer para promover este crecimiento cultural? La cooperación de la gente local y de los conocedores y portadores culturales de esta música debe llevar a no conformarse con adaptar un texto extranjero a melodías ya existentes o una imitación melódica. Más bien, tiene que buscar una nueva creación con la misma estética musical de las culturas musicales individuales. Por supuesto,es lo más opuesto a lo simple y teórico captar el espíritu de la música y transmitirlo de tal manera que cobre vida en el sentido cristiano; este trabajo requiere un estudio profundo de la música, así como el pensamiento y el sentimiento de los pueblos respectivos.

Por cierto, los músicos de la Iglesia fueron sensibles ante estos requisitos y ​​repetidamente fueron expuestos por sus representantes más idóneos. De hecho, el Santo Padre Pablo VI recibió los deseos de los músicos de la iglesia con gran benevolencia y, con la institución canónica de la CIMS, les instruyó que hicieran, entre otras tareas específicas:„ut praecipue Missionariis auxilium praeberetur ad solvendam gravem magnique momenti questionem Musicae Sacrae in regionibus, missionali labore excolendis, atque varia hac in re incepta congruenti ratione inter se connecterentur”.

El desarrollo de una Música Sagrada local en el campo cultural de los diferentes pueblos se convertirá en una tarea necesaria para nuestra Musica Sacra actual, mientras que transmitir ciertas formas de música popular occidental a los pueblos locales en las misiones fuera de Europa se causarían las peores y fundamentales perturbaciones. Fue sobretodo en el simposio internacional organizado por la CIMS en Roma del 14 al 22 de noviembre de 1975, en el que se discutió en profundidad este problema (Cf. Musica indigena. Symposium musico-ethnologicum, ed. Johannes Overath, Romae 1975 ).

Si hay un tipo de Música Sacra occidental que tiene la posibilidad de tender un puente hacia las culturas musicales no europeas, es el canto gregoriano, ya que es melodía pura, como la música de todas las culturas no europeas. Por eso las tribus y pueblos de África, así como de la India y Japón, nos demuestran que pueden asimilarr las melodías del canto gregoriano de una manera especial, como aseguran repetidamente los expertos en música de los distintos pueblos.

Por lo tanto, el canto gregoriano está llamado en primer término a ser un puente de la musica sacra entre los pueblos de la Iglesia universal. Sólo entonces se comprende la razón por la que el Concilio Vaticano II puso el canto gregoriano en primer lugar cuando se trata de cuestiones litúrgicas y al mismo tiempo abre las puertas a todas las culturas musicales del mundo, siempre al servicio del mensaje y la liturgia cristianos.

(„La Consociatio Internationalis Musicae Sacrae e la universalità della Musica Sacra”, in: Missionariis auxilium, Romae, 1978, p. 13-15, traducción: Rafael Montero)